Hace algún tiempo, charlando con aquel formidable velocista llamado Andrés Calonje, nos recordaba su primera gran incursión en el alto nivel en los 400 metros llanos, una de las pruebas más exigentes del programa atlético. “Era en Winnipeg, en 1967, mi debut en los Juegos Panamericanos. Me tocó correr en la serie con Lee Evans, ya era el mejor especialista del mundo. Y cometí la locura de intentar seguirlo, aguanté un poco hasta la mitad… y me fundí”, contó. “Pelusa” Calonge pudo atravesar esa serie –llegó quinto con 48s.12- aunque el físico ya no le dio para participar en la final. Evans, tras ganar sin dificultades sus eliminatorias, también se impuso en la final con 44s.95, seguido por su compatriota Vince Matthews con 45s.13, y en el séptimo lugar apareció el colombiano Pedro Grajales, otra leyenda de la velocidad en nuestra región. Calonje, después, ganó esta prueba en el Campeonato Sudamericano en Quito, siendo desde entonces (1969) el último argentino que pudo hacerlo…
El triunfo en Winnipeg donde –por cierto- también se llevó otra medalla de oro con el relevo largo, proyectó a Evans hacia lo que sería su obra cumbre, los Juegos Olímpicos de México 68.
Este miércoles 19 de mayo, Lee Edward Evans acaba de morir en Nigeria, donde vivía desde hacía varios años. Y así, el mundo del atletismo despide a quien fue uno de los más grandes especialistas de la “prueba asesina” a lo largo del historial. La síntesis de los estadísticos Peter Matthews, Richard Hymans y Jonas Hedman coloca a Evans como el “número 3 de la historia”, sólo precedido por dos de sus compatriotas: el indiscutido supercampeón Michael Johnson y Jeremy Wariner, quien dominó los 400 en la primera década de este siglo.
Sería suficiente su hazaña en México como autor del primer “sub 44s” en la individual y el primer “sub 3m” con el relevo, aunque Evans significó mucho más. Si aquellos Juegos se recuerdan por su espectacular nivel –los 100m de Hines, el Fosbury flop que revolucionó el salto en alto, la irrupción africana en fondo y los 400m de Evans- también quedaron para la historia por el gesto de los velocistas (Tommie Smith y John Carlos primero, Evans después) en el podio, en adhesión a la lucha por los derechos civiles y la integración racial. La leyenda indica que fue Evans quien propuso que cada uno subiera al podio –si llegaba- con el puño cerrado, con el guante negro. Smith y Carlos, campeón y bronce respectivamente en los 200 metros llanos, así lo hicieron y el Comité Olímpico estadounidense los expulsó de los Juegos. Evans, en solidaridad, iba a desistir de la final de los 400, pero Carlos lo convenció de correr…
Lee Evans nació el 25 de febrero de 1947 en Madera, California. Era el mayor de los siete hijos de Dayton y Pearlie Mae Evans. Su padre trabajaba como obrero de la construcción pero, al mudarse a San Jose a principios de los 60 también recogía algodón en el Valle de San Joaquín (algo que también hizo la familia de Jesse Owens varias décadas antes).
Lee Evans se destacó como un promisorio atleta en el Overfelt High School y se ganó una beca para la San Jose State University, convertida en la “meca” de los velocistas bajo la guía del famoso entrenador Bud Winter. Allí entrenaban estrellas como Smith y Carlos y, también, uno de los más destacados velocistas sudamericanos, el venezolano Lloyd Murad, integrante del relevo finalista olímpico de la 4×100.
Evans se posicionó pronto como uno de los mejores del mundo sobre 400 metros y en 1966, siendo todavía junior, obtuvo el primero de sus cuatro títulos nacionales consecutivos (sumaría un quinto en 1972). El 20 de mayo de 1967, en la pista de su Universidad, Smith y Evans protagonizaron una gran carrera de 440 yardas. Smith venció con 44s.8, cinco décimas delante de Evans, y a su paso por los 400 metros se le cronometró 44s.5, nuevo récord mundial. Sin embargo, para los Juegos de México se concentró en los 200 llanos, la otra distancia que dominaba con la misma soltura.
Evans quedaba como el gran aspirante de EE.UU. para los 400 llanos, asomando otros nombres como los de Larry James, de la Universidad de Villanova, junto a Ron Freeman y Vince Matthews. En una prueba preolímpica en la altitud de Echo Summit, a fines de agosto, Matthews batió el récord de Smith con 44s.4, pero no se homologó por sus zapatillas, las Brush Spikes que estaban de moda y tenían 64 clavitos, no autorizados por la Federación Internacional. Dos semanas más tarde, el 14 de septiembre y en la misma sede, se realizaron las eliminatorias estadounidenses para los Juegos Olímpicos, los famosos Trials. Allí demolieron el récord del mundo con triunfo de Evans en 44s.0, una décima por delante de James. La tercera plaza del equipo fue para Freeman por sus 44s.6, mientras que Matthews (44s.8) quedó como cuarto hombre para el relevo. Los tiempos electrónicos, que todavía no se computaban para las tablas, fueron 44s.06, 44s.19, 44s.62 y 44s.86 respectivamente.
Con esos antecedentes, no había demasiadas dudas en que Estados Unidos iba a copar el podio de los 400 en los Juegos. En la ronda de cuartos de final, Evans marcó 45s.54 para escoltar a un nigeriano (Amos Omolo, 45s33) mientras que en el 7° puesto quedaba el otro argentino que se dio el gusto de correr junto a ellos, el gran Juan Carlos Dyrzka (7° con récord nacional de 46s.85, imbatible por casi dos décadas).
Una vez que John Carlos convenció a Evans para que corriera, este le impuso un ritmo arrollador a la final, acumulando una buena ventaja al promediar la prueba. James, sin embargo, remontó desde ese momento, aunque sin apremiarlo: los dos, por primera vez en la historia del 400, quedaron por debajo de los 44 segundos. Fue el 18 de octubre de 1968 en la Ciudad de México, con victoria para Evans en 43s.86, medalla de plata para James en 43s.97 y bronce para Freeman en 44s41, podio totalmente USA. El cuarto, el keniata Amadou Gakou, quedó en 45s.01. «Pensaba llegar a la última recta con ventaja suficiente, pero sentí casi el aliento de Larry detrás de mí. Pero, a falta de tres zancadas para la meta, bajó la cabeza y me di cuenta de que podía ganar. Él corrió 399 metros y yo 401. Ésa fue la diferencia», comentó Evans.
Ese récord fue impactante para su época y aún hoy, pasado más de medio siglo, es una marca de notable calidad para los grandes campeonatos. Recién en 1988 –el 17 de agosto en el estadio Letzingrund, en Zurich- su compatriota Butch Reynolds consiguió batirlo, con 43s.29, luego vendría la era de Michael Johnson y la más cercana, del sudafricano Wayne van Niekerk…
En el podio, Evans, James y Freeman hicieron el gesto famoso –puños enguantados en alto- pero descendieron antes de que se escuchara el Himno. Y a diferencia de Smith y James, no los sancionaron. En la ronda de prensa, Evans expresó: “Siento que gané esta medalla de oro para los negros en Estados Unidos. Estados y gente negra en todo el mundo». Aquel grupo de atletas estaba inspirado por Harry Edwards, un sociólogo de la universidad de San José y fundador del Proyecto Olímpico de Derechos Humanos.
Poco después, los tres velocistas junto a Matthews barrieron previsiblemente con otro récord mundial: 2m.56s.16 en el relevo 4×400, la primera vez que se bajaban los 3 minutos (también lo hizo Kenya su escolta, con 2m.59s.64). Esta vez, en el podio, no hicieron ninguna demostración. El récord de aquella cuarteta recién pudo ser igualado dos décadas más tarde, en los Juegos de Seúl, hasta que el equipo campeón en Barcelona 1992, con Johnson como estandarte, lo mejoró a 2m.55s.74.
Larry James se convirtió en entrenador y llegó a dirigir la selección de EE.UU. en el Mundial de 2003, en Paris. Falleció cinco años más tarde y el estadio del Richard Stockton College de Nueva Jersey, donde por varias décadas dirigió el programa atlético, lleva ahora su nombre.
Evans siguió como velocista de primera línea, aunque sin repetir aquellos registros. En los Trials para Munich 72 quedó 4° y tenía que correr el relevo, pero la sanción a Matthews y Wayne Collett –repitieron las protestas en el podio tras los 400 individuales- dejó a Estados Unidos fuera de esa competición. Evans, entonces, probó suerte en un incipiente tour profesional (International Track Association) en Italia, que tuvo escaso desarrollo, y se alejó definitivamente de las competencias.
Trabajó como entrenador de atletismo en universidades de su país (Washington y Alabama, entre ellas) y en otros países como Camerún, Qatar, Arabia Saudita y, especialmente, Nigeria. Junto a su segunda esposa, liberiana, recaudaba fondos para un proyecto educativo y solidario en ese país, una década atrás, cuando sufrió un tumor cerebral. Pudo recuperarse y volver a preparar a jóvenes atletas. Su vida quedó reflejada en el libro “La última protesta, Lee Evans en la Ciudad de México”, escrito por Frank Murphy en 2006. Actualmente Evans trabajaba en una academia deportiva que dirige el ex futbolista nigeriano Segund Odegbami. Fue éste quien contó que, la semana pasada, Evans sufrió un derrame cerebral mientras cenaba con sus amigos. Murió poco después, en un hospital de Nigeria, según informó The Mercury News desde San José.
Por LUIS VINKER
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